Esmeralda Richiez quería ser modelo y todo en ella concurría a ese fin: su risa dulce y cristalina, su piel limpia y transparente, su cuerpo deslumbrante. Estos atributos físicos, decorados por una chispa de inteligencia, anunciaban una modelo de pasarela, una mariposa sobre la tarima.
Podía soñar con ganar alas, volar alto y conquistar al mundo: sus condiciones le sobraban para eso y mucho más. A sus 16 años era dueña de su propio carisma, pero su destino tenía otros hilos, otros cauces, otras manos.
Si no podía consumar su anhelo de modelar, al menos podía ser una magnífica profesional. Se estaba preparando para las jugadas traperas de la vida. SIGUE LEYENDO AQUI